S. E. Levine, exjudía, Estados Unidos (parte 2 de 2)
Descripción: Después de dar una mirada interesante a cómo viven los musulmanes, una mujer exjudía descubre que el Islam es la forma de reparar la relación de uno con Dios, ser perdonado por todos los pecados anteriores, y el camino real hacia la verdadera felicidad interior.
- Por S. E. Levine (tomado de IslamOnline.net con permiso)
- Publicado 04 Mar 2013
- Última modificación 04 Mar 2013
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Después que terminó el evento, las mujeres fueron a la cocina a preparar comida. La hermana Basimah se me acercó y me dijo que me sentara y me pusiera cómoda hasta la hora de comer.
“Pero permíteme ayudar,” le ofrecí.
“¡No! Eres nuestra invitada. Han llegado algunas hermanas estadounidenses. Voy a presentártelas,” respondió.
La hermana Basimah le hizo una señal a una mujer en el otro extremo del salón. Ella vino y las dos se besaron en las mejillas y se saludaron con una alegre expresión árabe. Luego se volvieron hacia mí.
“Ella es Sharon. Es judía. ¿Podrías acompañarla hasta que comamos?”, le dijo la hermana Basimah a la otra mujer.
“¡Oh, sí!”, contestó. “Hola, Sharon, soy la hermana Arwa!”
La hermana Arwa y yo nos sentamos y comenzamos a conocernos. Le pregunté cosas como cuánto tiempo llevaba de musulmana, si estaba casada con un musulmán, etc. Entonces, ella dejó caer la bomba.
“¿Por qué mataron ustedes a Jesús?,” me preguntó.
“¿Qué?,” le respondí. Mi cara debió mostrar mi sorpresa e incredulidad.
“Es decir,” preguntó de nuevo, esta vez suavizando la pregunta, “¿por qué los Judíos mataron a Jesús?”
¡No podía creer lo que estaba oyendo! Quedé atónica y dolida por la pregunta. Me di cuenta por la mirada inocente en su rostro que ella realmente quería saberlo. Quizás nunca había conocido a una mujer judía antes, y esta era su primera oportunidad real de obtener una respuesta para su pregunta candente.
Cuando me la presentaron, agradecí su compañía, después de todo ella era la primera estadounidense que había visto esa noche. Ahora quería levantarme de la mesa y salir corriendo. Entonces se me subió la ira.
Dándole una mirada hiriente, le respondí entre dientes: “No matamos a Jesús, lo hicieron los romanos.” Ella me devolvió la mirada de un animal herido. Sus labios se abrieron para decir algo, pero antes que pudiera hacerlo, alguien la silenció.
“Discúlpame,” me dijo, “ya vuelvo.” Pude escuchar alivio en su voz.
Un grupo de hermanas afroamericanas llegaron a la mezquita y pasé el resto de la noche en su compañía. Antes de salir para reunirme con mi esposo, la hermana Basimah me dio su número telefónico y me animó a llamarla para que concretáramos un encuentro.
La llamé y desarrollamos una hermosa amistad. Ella me habló sobre el Islam y sobre Dios. ¡Fue por ella que me enteré que nadie mató a Jesús! Aprendí que Dios lo elevó hacia Sí.
Ella sabía que estaba interesada en el Islam y podía sentir que mi corazón estaba buscando y anhelando paz espiritual. Una noche, mientras mi esposo y yo visitábamos su casa, ella vino y me invitó al Islam.
El punto de quiebre se produjo cuando ella me explicó que todos mis pecados serían perdonados cuando ingresara al Islam. Ella dijo que yo renacería, como un niño recién nacido, sin pecados, con otra oportunidad. Rompí a llorar.
Quería otra oportunidad de estar bien con Dios. Había tenido un pasado muy accidentado. Siempre amé a Dios, pero me perdí en la vida. Le pedí a su esposo que me ayudara a hacer la Shahadah.
Cuando le conté a mi esposo lo que iba a hacer, estuvo sorprendido y feliz al mismo tiempo. Me preguntó si realmente estaba segura de mi decisión, como si no pudiera creer lo que oía. Le respondí que nunca estuve más segura de nada en toda mi vida. No había una batalla interna, ni temores, ni dudas.
Después que dije la Shahadah, el esposo de la hermana Basimah me dijo “¡Mabruk (felicitaciones)! ¡Ahora eres musulmana!”
Cuando regresé a casa, mi esposo me dio de regalo mi primer Corán y un resumen de Sahih Al Bujari. Antes de dejar la casa de la hermana Basimah esa noche especial, ella me regaló un folleto acerca de la modestia de la mujer musulmana. También me dio un tapete para rezar, un vestido para la oración y un hiyab (velo para cubrir la cabeza).
He usado hiyab desde ese día, alhamdulillah. Nunca me lo he quitado, ni siquiera después de los días terribles que siguieron al 11 de septiembre de 2001.
Cuando me hice musulmana, en julio de 1998, mi padre me desheredó definitivamente. De hecho, había estado muy molesto conmigo por haberme casado con un musulmán, y se negó a reconocer a mi esposo como su yerno.
“¡Pero Sharon, esa gente nos odia!,” gritó.
Todos los esfuerzos por explicar la diferencia entre la religión pacífica del Islam y la lucha política entre palestinos e israelíes cayeron en oídos sordos. No importaba que mi padre hubiera sido el primero de su familia en casarse fuera del Judaísmo. Mi madre era católica practicante cuando se casaron.
Para agravar las cosas a ojos de mi padre, mi esposo también era afroamericano. Antes del 11 de septiembre de 2001, la mayoría de los estadounidenses pensaban en Malcolm X cuando se mencionaba el Islam. Muchos otros miembros de la familia también me hicieron saber cuán decepcionados y frustrados se sentían con mi decisión de casarme con un “musulmán negro.”
Mi padre murió en agosto de 2001, un mes antes de los eventos del 11 de septiembre. A pedido de la esposa de mi padre, mi familia no me informó de su muerte hasta después que pasó el funeral. ¿Acaso temían que apareciera en la sinagoga vestida como musulmana y acompañada de mi esposo negro?
Se nos enseña que la religión del Islam es para todos y para toda época. No debería importar si eres musulmán egipcio, pakistaní, estadounidense, saudí, indonesio o palestino. No debería importar si eres hombre o mujer, blanco, negro o amarillo. No debería importar si hablas árabe, inglés, español o urdu. Nuestra diversidad cultural no debería dividir nuestra Ummah (nación). Dios nos dice en el Corán que:
“Los he creado a partir de un hombre y de una mujer, y los congregué en pueblos y tribus para que se reconozcan los unos a los otros.” (Corán 49:13)
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