Raphael Narbaez, Jr., Ministro de los Testigos de Jehová, Estados Unidos (parte 2 de 2)

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Descripción: Sus primeros encuentros con los musulmanes y la fe, y su eventual aceptación del Islam.

  • Por Raphael Narbaez, Jr.
  • Publicado 31 Mar 2008
  • Última modificación 31 Mar 2008
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Pobre Mejor

Trabajamos en un centro comercial.  Es la temporada navideña y pusieron unos puestos adicionales en los pasillos.  En uno de ellos había una chica, y teníamos que pasar justo por delante de ella.  Le decía: “Buenos días, ¿cómo estás?”.  Si decía algo, era “Hola”.  Nada más.

Un día le dije: “Señorita, usted nunca dice nada.  Quería pedirle disculpas si dije algo incorrecto”.

Ella respondió: “No, lo que pasa es que soy musulmana”.

“¿Usted es qué…?”

“Soy musulmana, y nosotras no hablamos con hombres extraños a menos que tengamos algo específico de qué hablar; de lo contrario, no nos relacionamos con hombres extraños”.

“Ahhhh, musulmana”.

Ella me dijo: “Sí, practicamos la religión del Islam".

“Islam - ¿cómo se deletrea?"

“I-s-l-a-m”.

Por aquel entonces, consideraba que los musulmanes eran todos terroristas.  Ella ni siquiera tenía barba.  ¿Cómo podía ser musulmana?

“¿Cómo comenzó esta religión?”

“Bueno, hubo un profeta”.

“¿Un profeta?”

“Muhammad, la paz sea con él”.

Comencé a investigar un poco.  Pero acabo de salir de una religión.  No tenía intención de convertirme en musulmán.

Pasaron las fiestas de fin de año.  El puesto fue retirado.  La chica se fue.

Seguí orando, y me preguntaba por qué mis oraciones no eran respondidas.  En noviembre de 1991, iba a llevar a mi tío Rockie a su casa después de estar en el hospital.  Comencé a vaciar los cajones para empacar sus cosas y había una Biblia de los Gedeones.  Me dije: “Dios ha respondido mis plegarias”.  Esta Biblia de los Gedeones (que desde luego, ponen en todos los cuartos de hotel).  Es una señal de que Dios está allí para enseñarme.  Acto seguido, robé la Biblia.

Fui a mi casa y comencé a rezar: Oh Dios, enséñame a ser cristiano.  No me enseñes el camino de los Testigos de Jehová.  No me enseñes el camino de los católicos.  ¡Enséñame tu camino!  No puedes haber hecho que esta Biblia sea tan difícil para que la gente común, que reza sinceramente, no la pudiera entender.

Leí todo hasta el Nuevo Testamento.  Comencé con el Antiguo Testamento.  Bueno, hay una parte en la Biblia donde habla de los profetas.

¡Epa!

Me dije: un momento, esa mujer musulmana me dijo que tenían un profeta.  ¿Cómo puede ser que no esté aquí?

Comencé a pensar, los musulmanes son unos mil millones en todo el mundo.  En teoría, una de cada cinco personas en la calle podría ser musulmana.  Y pensé: ¡Mil millones de personas!  Satán es bastante bueno, por lo visto.  Pero en realidad no es tan bueno.

Decidí entonces leer su libro, el Corán, y ver qué sarta de mentiras contenía.  “Seguramente tiene alguna ilustración de cómo desarmar un AK-47”.  Fui a una librería árabe.

Me preguntaron allí: “¿En qué le puedo ayudar?”

“Estoy buscando un Corán”

“Tenemos algunos por aquí”.

“Hay algunos muy bonitos – treinta dólares, cuarenta dólares”.

“Mire, sólo quiero leerlo, no quiero convertirme al Islam, ¿está bien?”

“Está bien, tenemos esta edición económica de cinco dólares".

Volví a mi casa y comencé a leer mi Corán desde el principio, con Al-Fatihah.  Y no podía quitarle los ojos de encima.

Miren esto.  Habla de Noé aquí.  Nosotros también tenemos a Noé en nuestra Biblia.  También habla de Lot y Abraham.  No lo puedo creer.  No sabía que el nombre de Satán era Iblís.  Qué les parece.

Es como cuando estás viendo televisión y la imagen tiene un poco de estática, y uno mueve el botón de sintonía fina.  Es exactamente lo que me pasó con el Corán.

Lo leí por completo.  Me dije: Bien, ya lo hice, ¿qué tengo que hacer ahora?  Bien, debo ir a donde se reúnen.  Busqué en las páginas amarillas y lo encontré: Centro Islámico del Sur de California, en Vermont.  Llamé y me dijeron: “Venga el viernes”.

Ahí comencé a ponerme nervioso porque ahora sabía que iba a tener que enfrentarme a Habib con su AK-47.

Quiero que la gente entienda lo que significa llegar al Islam para un estadounidense cristiano.  Lo del AK-47 es una broma, pero no sé si estos tipos tienen dagas escondidas en la ropa.  Por eso llegué a la entrada y allí había este tipo, 110 Kg, 1,90 m, con barba y todo, y me quedé pasmado.

Me acerqué y le dije “Disculpe, señor”.

[Acento árabe]: “¡Pase al fondo!”.

Él pensó que yo ya era un musulmán.

Le dije: “Sí, sí”.  [Tímidamente].

No sabía para qué iba al fondo, pero hacia allá fui de todos modos.  Tenían la tienda y las alfombras estaban afuera.  Estaba allí parado, algo tímido, y había personas sentadas escuchando el sermón.  Me decían: “Siéntate hermano, siéntate”.  Yo les respondía: “No gracias, gracias, sólo vine a visitar”.

El sermón terminó.  Todos se alinearon para la oración y comenzaron con las prosternaciones.  Me sentí desconcertado.

Todo comenzó a tener sentido intelectualmente, en mis músculos, en mis huesos, en mi corazón y en mi alma.

Las oraciones terminaron.  Pensé “¿Quién me va a reconocer aquí?”, por lo que me mezclé como un hermano más y caminé por la mezquita, y un hermano me dijo: “Assalamu alaikum”.  Pensé: “¿Dijo “salame y bacon (jamón)?”

Assalamu alaikum”.

Otro más me dijo “salame y bacon”.

No tenía ni la menor idea de qué me estaban diciendo, pero todos sonreían.

Antes de que alguien se diera cuenta de que no debía estar allí y me llevara a la cámara de torturas, o me degollara, quería ver lo más que pudiera.  Así que fui hasta la biblioteca, donde había un joven egipcio llamado Omar.  Dios me lo envió.

Omar se acercó y me dijo: “Disculpe.  ¿Es su primera vez aquí?”.  Tenía un acento muy marcado.

Le dije: “Sí, así es”.

“Oh, muy bien.  ¿Es usted musulmán?”

“No, sólo estoy leyendo un poco”.

“Oh, ¿está estudiando? ¿Es su primera visita a una mezquita?”

“Sí”.

“Venga, le voy a mostrar el lugar”.  Y me tomó de la mano, y allí fui caminando con otro hombre, tomados de la mano.  Vaya, estos musulmanes sí que son amistosos.

Me mostró el lugar.

“Primero que nada, este es nuestro salón de oración, así que debe sacarse aquí los zapatos”.

“¿Qué son esas cosas?”

“Son pequeños casilleros para poner los zapatos”.

“¿Por qué?”.

“Porque está próximo a la zona de oración, es un sitio muy sagrado.  No se puede entrar con los zapatos puestos; lo mantenemos muy limpio".

Entonces me llevó al salón de hombres.

“Y allí es donde hacemos wudú”.

“¡Vudú!  ¡No había leído nada acerca del vudú!”.

“No, vudú no.  ¡Wudú!".

“Está bien, porque he visto esas cosas con muñecos y alfileres, y no estoy listo para ese tipo de compromiso todavía”.

Él me dijo: “No, wudú es cuando nos purificamos”.

“¿Por qué hacen eso?”

“Bien, cuando le rezas a Dios, tienes que estar limpio, por eso nos lavamos los pies y manos”.

Así aprendí todo eso.  Cuando llegó la hora de marcharme, él dijo: “Espero que regrese”.

Volví y le pedí al bibliotecario algún librito sobre la oración, y regresé a mi casa y practiqué.  Sentía que si intentaba hacer lo correcto, Dios lo aceptaría.  Seguí leyendo y leyendo y visitando la mezquita.

Tenía un compromiso de ir a una gira por la región del medio oeste con un grupo de comediantes.  Me llevé conmigo una alfombra de oración.  Sabía que debía rezar a ciertas horas, pero hay ciertos lugares donde no se debe rezar, y uno de ellos es el baño.  Fui al baño de hombres de una parada de turistas, desplegué mi alfombra y comencé a realizar mis oraciones.

Volví, y al terminar Ramadán, comencé a recibir llamados de distintos lugares del país para dar conferencias como un ministro de los Testigos de Jehová que había adoptado el Islam.  La gente me veía como una novedad.

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