Aisha, Estados Unidos (parte 1 de 2)

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Descripción: La historia de conversión al Islam de una niña de 12 años de edad. Parte 1: Una niña de apenas 9 años queda fascinada por la forma de vida que llevan sus vecinos musulmanes.

  • Por Aisha
  • Publicado 26 Oct 2015
  • Última modificación 02 Aug 2018
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Pobre Mejor

Esta es mi historia

Audrey.jpgSentada aquí, recordando mi historia, mis ojos se llenan de lágrimas. Ocurrieron muchas cosas pequeñas, por voluntad de Dios Todopoderoso, que me llevaron a convertirme al Islam. Aprendí que cuando la gente dice no, tú dices sí; cuando te miran fijamente, caminas con orgullo; y cuando hablan de ti, tú simplemente recuerdas a Dios. Tengo la esperanza de que mi historia sea inspiración para quienes quieren convertirse al Islam.

El comienzo

La primera vez que recuerdo haber visto a un musulmán fue cuando una familia musulmana se mudó a la casa frente a la mía, al otro lado de la calle. Mi madre los llamaba "nuestros vecinos musulmanes". Las mujeres vestían pañuelos en la cabeza y mi madre me dijo en aquel entonces que eso se llamaba "burca". Desde lejos, observé sus paseos en bicicleta, sus comidas en el parque y sus tertulias, escuchándolos reír siempre ese verano, deseando estar ahí. Pronto supe que una de sus dos hijas estaba en mi grado. Cuando comenzó la escuela en cuarto grado, nos hicimos amigas y ella se unió a mi grupo. Nunca hablamos de religión, y yo simplemente supuse que el hiyab era una parte importante de su religión, y que si ella no lo usaba sería expulsada de la misma. Es decir, ¿por qué otra cosa ella lo usaría? Hablamos de otros temas, como el colegio, nuestros amigos, y lo que planeábamos hacer los fines de semana.

Por esa época comencé a pensar en la religión más seriamente. Mi mamá era católica y mi padre era judío, y ellos me dijeron que yo podía elegir la religión que quisiera cuando creciera. En esa época asumí que sería judía porque la mayoría de mi familia extensa era judía, y yo asistía al templo más que a la iglesia. Nunca pensé realmente acerca de Dios y ni siquiera estaba segura de creer en Él. Mis padres me enseñaron a respetar las demás religiones y culturas, ya que éramos blancos y esa era la "norma" social. Pero siempre parecía que se creían mejores que los demás. Personalmente, me hubiera gustado ser parte de una familia grande en la que todos compartiéramos las mismas tradiciones. Quería ser como mis vecinos musulmanes, comiendo cosas ricas y siendo muy cercanos unos de otros. Ellos podían bromear entre sí sin herir sus sentimientos. Cuando fui a su casa, parecían encajar unos con otros como piezas de un rompecabezas. La madre siempre era amable y cordial, el padre ingenuo pero firme. Todos sus cuatro hijos eran diferentes, bellas personalidades que yo admiraba mucho.

Odiaba ser "occidental". Miraba a la gente y les recriminaba ser tan estrechos de mente pero, en esencia, yo era igual. A veces me preguntaba si realmente tenía solo 9 años de edad en ese entonces. ¿No tendría alguna enfermedad mental? Las niñas de mi edad pensaban en la Barbie y en reunirse a jugar, y simplemente estaban tratando de crecer. Yo ya era una anciana. La gente me decía que yo era diferente, pero no sabía lo que querían decir.

El intermedio

El cuarto y el quinto grados pasaron volando como una brisa. Yo sobresalí en el colegio y tuve pocos amigos cercanos. No pensaba en la religión, en lugar de ello comencé a explorar la filosofía. Comencé a convertirme en alguien que no era yo, emocionada con la navidad y mi cumpleaños, porque podía recibir regalos, me peleaba con mis amigos porque no me gustaban los amigos que tenían. Comía todo lo que quería y a mis padres, honestamente, no les importaba lo que yo hiciera siempre que siguiera siendo su niñita perfecta en lo exterior. En el interior, sin embargo, estaba perdida. Pero no sabía qué buscar. No podía imaginar mi futuro.

Comenzó el sexto grado y me hice algunos nuevos amigos en el nuevo colegio. Dado que solo conocía a un par de personas de mi antiguo colegio, me hice muy cercana a ellas. Una de esas chicas era la que vivía cruzando mi calle, Husna (el nombre ha sido cambiado). Comencé a ir a su casa más a menudo y me di cuenta lo fuerte que era ella en su fe. Me empecé a sentir atraída hacia su familia y hablaba con ella todos los días después del cole. Parecía como si un magneto nos mantuviera unidas. Ella era de Pakistán y yo estaba muy interesada en su cultura, que era muy distinta de la mía. Una vez que la vi rezar el Magrib (oración del ocaso), supe en mi corazón que un día me haría musulmana.

En ese momento comencé a alejarme de mis demás amigos y dejé de vestir pantaloncitos cortos. No me di cuenta entonces, pero mi mente siempre estaba en Dios y yo siempre estaba haciendo tratos con Él. "Si tiendo mi cama a diario, ¿puedes hacer que mi mamá sea más agradable conmigo?" "Si termino mi tarea, ¿harás que toque mejor el piano?" "Si obtengo el 100% en esta prueba, ¿puedes hacer que logre una nota más alta en mi evaluación de lectura?"

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