¿Tenemos buenas razones para creer? (parte 2 de 2)
Descripción: Lo que hace que el Islam sea la única religión verdadera de Dios.
- Por onereason.info
- Publicado 19 Jan 2015
- Última modificación 19 Jan 2015
- Impreso: 67
- Visto: 12,649 (promedio diario: 4)
- Clasificado por: 80
- Enviado por email: 0
- Comentado: 0
El Corán
El Corán no es un libro ordinario. Ha sido descrito por muchos, involucrados con el libro, como un texto que se impone a sí mismo, pero la forma en que se impone al lector no es negativa sino positiva. Ello es porque busca involucrarse positivamente con tu mente y tus emociones, y lo consigue mediante preguntas profundas como: "¿A dónde irán ustedes? [El Corán] es un Mensaje para toda la humanidad, para que se encamine quien quiera"[1]; y: "¿Acaso no reflexionan sobre sí mismos?"[2]
Sin embargo, el Corán no se detiene ahí, en realidad desafía a la humanidad entera con respecto a su autoría divina, y declara de manera manifiesta: "Si dudan de lo que le he revelado a Mi siervo traigan un capítulo similar [al Corán], y recurran para ello a quienes toman por socorredores en lugar de Dios, si es verdad lo que afirman. Si no lo hacen, y por cierto que no podrán hacerlo, teman al fuego, cuyo combustible serán seres humanos y piedras, [un fuego] que ha sido preparado para los que niegan la verdad"[3].
Este reto se refiere a las diversas maravillas en el Corán, incluso dentro de su capítulo más pequeño, que nos dan buenas razones para creer que proviene de Dios. Algunas de esas razones son históricas y científicas.
Históricas...
Hay muchas afirmaciones históricas en el Corán que nos dan buenas razones para saber que proviene de Dios. Una de ellas es que el Corán es el único texto religioso que utiliza títulos diferentes para los gobernantes de Egipto en diferentes épocas. Por ejemplo, mientras se refiere al gobernante de Egipto en la época del Profeta Yusuf (José), se utiliza la palabra Al Málik que hace referencia a un rey (nota: durante el medio reino antiguo, Egipto fue gobernado por familias de hicsos asiáticos, y ellos no utilizaron el título de Faraón, como dice el Corán: "El rey dijo: ‘¡Tráiganlo ante mí!’")[4].
En contraste, el gobernante de Egipto en la época del Profeta Musa (Moisés) es denominado Faraón, en árabe Firaún. Este título particular comenzó a ser utilizado en el siglo XIV a. C. durante el reinado de Amenhotep IV. Esto está confirmado en la Enciclopedia Británica, que afirma que la palabra Faraón fue un título de respeto utilizado desde el Nuevo Reino (comenzando con la 18ª dinastía; 1539-1292 a. C.) hasta la 22ª dinastía (945-730 a. C.).
De modo que el Corán es históricamente exacto, ya que el Profeta Yusuf vivió al menos 200 años antes de esa época, y la palabra Rey era utilizada por los reyes hicsos, no Faraón.
A la luz de esto, ¿cómo pudo el Profeta Muhammad conocer un detalle histórico tan específico? Especialmente cuando todos los demás textos religiosos, como la Biblia, utilizan el título Faraón para todas las épocas. Tengamos en cuenta que la gente de la época de la revelación no conocía esta información, y los jeroglíficos eran ya una lengua muerta, ¿qué nos dice esto acerca de la autoría del Corán? No hay una explicación naturalista.
Científicas...
El Corán siempre menciona a la naturaleza como una señal de la existencia, el poder y la majestuosidad de Dios. Cada vez que esto se menciona, se hace con una gran precisión, y también nos da información que era desconocida en la época del Profeta Muhammad. Una de esas señales incluye la función y la estructura de las montañas. El Corán menciona que las montañas son estructuralmente como estacas y que están insertas en la tierra para estabilizarla, un concepto conocido en geología como isostasia. El Corán menciona: "Afirmé la tierra con montañas para que no tiemble…"[5]; y: "¿Acaso no hice de la tierra un lecho, y de las montañas sus estacas?"[6]
Las elocuentes representaciones que hace el Corán de los hechos mencionados, son confirmadas por la ciencia moderna, que solo llegó a entenderlos a finales del siglo XX. En el libro Tierra, del Dr. Frank Press, expresidente de la Academia Nacional Estadounidense de Ciencias, él afirma que las montañas son como estacas y que están enterradas bajo la superficie de la Tierra[7].
Con respecto al papel vital de las montañas, antes se creía que las montañas eran simples protuberancias que se alzaban por sobre la superficie de la Tierra. Sin embargo, los científicos descubrieron que ese no es el caso real, y que las partes conocidas como raíces de las montañas se extienden hacia debajo de 10 a 15 veces su altura. Con estas características, las montañas juegan un rol similar al de un clavo o estaca que mantiene firmemente sostenida una tienda de campaña, lo cual fue descubierto por la investigación sísmica y la geología moderna, un concepto conocido como isostasia[8].
En conclusión, ¿cómo podemos explicar esto a la luz del hecho de que se trata de ciencia relativamente reciente (y que nadie en la época de la revelación conocía esta información)? ¿Qué nos dice esto acerca del autor? Una vez más, no hay una explicación naturalista.
¿La vida es absurda sin Dios?
El escritor Loren Eiseley dijo que el hombre es un huérfano cósmico. Esto es bastante profundo, ya que el hombre es la única criatura en el universo que se pregunta: ¿Por qué? Otros animales tienen instintos que los guían, pero el ser humano ha aprendido a formular preguntas. Si muchas de esas preguntas hechas por los humanos excluyen a Dios, entonces la conclusión es simple: somos los bioproductos accidentales de la naturaleza, un resultado de materia más tiempo más azar. No hay razón para nuestra existencia y todo lo que enfrentamos es la muerte. El hombre moderno cree que cuando se haya desembarazado de Dios, se habrá liberado de todo lo que lo reprime y ahoga. Pero, en lugar de ello, ha descubierto que al matar a Dios se mata a sí mismo.
Si no hay Dios, entonces la humanidad y el universo están condenados. Como prisioneros condenados a muerte, esperamos nuestra inevitable ejecución. ¿Cuál es la consecuencia de esto? Significa que la vida misma es absurda. Significa que la vida que tenemos no tiene un significado último, un valor ni un propósito. Por ejemplo, de acuerdo con la visión atea, esta vida no tiene propósito, o a lo sumo, solo sirve para propagar nuestro ADN. La manera en que algunos ateos consiguen salir de esto es diciendo que podemos crear nuestro propio propósito para nuestra vida; sin embargo ese es un autoengaño, ya que tratamos de hallarle propósito a la vida atribuyéndole propósito a las cosas que hacemos en ella, pero eliminamos el propósito de nuestras propias vidas. Además, sin Dios nuestras vidas no tienen ningún significado último. Si nuestro final será el mismo para todos, y simplemente dejaremos de existir, ¿qué sentido le da eso a nuestras vidas? ¿Acaso importa si no existimos en lo absoluto? ¿Qué diferencia habría si el universo no hubiera existido nunca?
Los existencialistas como Jean-Paul Sartre y Albert Camus entendieron la realidad sin sentido de la vida en la ausencia del reconocimiento del propósito de nuestra existencia. Es por esto que Sartre escribió acerca de la "nausea" de la existencia y Camus vio la vida como un absurdo, indicando que el universo no tiene sentido alguno. El filósofo alemán Friedrich Nietzsche argumentó en pronunciamientos claros y concisos que el mundo y la historia de la humanidad no tienen ningún significado ni propósito ni orden racional. Nietzsche sostenía que solo hay un caos sin sentido, un mundo sin dirección que no se dirige a ningún fin en particular. De modo que no es de sorprender que el filósofo Arthur Schopenhauer dijera que él hubiera preferido que el mundo jamás existiera. Todas estas opiniones sobre el mundo son conclusiones absurdas talladas por la cosmovisión atea.
Pie de página:
[1] Corán Capítulo 81, versículos 26 – 28.
[2] Corán Capítulo 30, versículo 8.
[3] Corán Capítulo 2, versículo 23.
[4] Corán Capítulo 12, versículo 50.
[5] Corán Capítulo 21, versículo 31.
[6] Corán Capítulo 78, versículos 6-7.
[7] Frank Press y Raymond Siever, Tierra, 3a ed. San Francisco: W. H. Freeman & Company. 1982.
[8] M. J. Selby, La superficie cambiante de la Tierra. Oxford: Clarendon Press. 1985.
Agregar un comentario