Molly Carlson, Excristiana, Estados Unidos (parte 1 de 2)
Descripción: Ella estaba buscando algo que resultó ser ya una parte importante de lo que ella es: El Islam.
- Por Molly Carlson
- Publicado 02 Sep 2013
- Última modificación 02 Sep 2013
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Lo recuerdo muy bien. Recuerdo el momento exacto en que mi vida entera cambió, y me di cuenta de que ya no estaba pensando “si me hiciera musulmana”, sino que había comenzado a pensar “cuando me haga musulmana”. Ya no era una opción para mí. Se hizo inevitable.
Darme cuenta de eso fue como un baldado de agua fría. Fue como el momento en que te das cuenta que has olvidado algo importante en casa y tu estómago se retuerce y no puedes respirar.
En ese momento, me di cuenta de que ya no era la chica estadounidense que quería convencerme que era, y que hacía ya mucho tiempo que no era esa chica. Recuerdo el sol en la nieve. Recuerdo la carretera frente a mí. Recuerdo haber olvidado, por un segundo, hacia dónde estaba manejando. Y recuerdo estar asustada, inequívoca e irracionalmente asustada.
Esta consciencia, esta conversión de mi ser, había tomado décadas en llegar. Cuando la gente dice —cuando la religión dice— que nacemos musulmanes por voluntad de Dios, no lo dudo. Yo realmente lo era, y sabía que lo era, aunque no sabía exactamente quién era hasta ese momento.
Sin embargo, sabía lo que no era. No era una cristiana católica, no importaba cuántas avemarías rezara ni cuántas cruces llevara, ni a cuántas misas me llevara mi madre. Estudié y recé y busqué una respuesta final a las preguntas que me atormentaban, mientras que todo el tiempo una vocecilla en mi corazón roía las cuerdas de mi alma.
Hubo una serie de eventos a lo largo de mi vida, leyendas, memorias propias, y sueños que no tenían sentido cuando los soñé, pero que se han vuelto claros ahora que sé lo que sé.
Mi primera introducción breve al Islam llegó en forma de un libro llamado El Rey del Viento, de Marguerite Henry, que relata la historia de un niño de establo marroquí y su potro especial. Yo era una ávida lectora a edad temprana.
A pesar que no recuerdo cuántos años tenía en esa época, recuerdo vívidamente la parte sobre el ayuno en el mes de Ramadán. Considero que este fue el despertar original de mi corazón a lo que realmente era, pero sin ninguna otra exposición seria al Islam en los años posteriores a la lectura del libro, lo perdí todo de nuevo.
Algún tiempo después, asumiendo que tenía unos ocho años de edad cuando leí El Rey del Viento, entonces tendría unos doce años cuando me vi acosada por sueños misteriosos que no entendía muy bien sobre cosas de las que no sabía nada. No me asustaban, eran más bien reflexiones de mi subconsciente sobre el anhelo que tenía dentro.
El que recuerdo más vívidamente fue uno en el que estaba de pie en una habitación perfectamente cuadrada, con paneles de madera y una alfombra de diseños que apuntaban a una dirección. Había lámparas ardiendo para iluminar la habitación.
A mi lado izquierdo había una pantalla de madera tallada tras la cual había otro cuarto, una habitación que en este sueño sabía era la que utilizaban las mujeres. También sabía que una mujer como yo no debía estar en la habitación en la que me encontraba.
No solo estaba parada en esta habitación prohibida, la habitación de los hombres, sino que también estaba allí sin nada que cubriera mi cabeza.
Como niña cristiana de doce años de edad, el concepto de habitaciones separadas para hombres y mujeres, y el concepto de cubrir mi cabeza eran cosas de las que nunca me habían hablado ni a las que hubiera estado expuesta. Sin embargo, en este sueño sabía que estaba obrando mal, y que tenía que hacerlo bien, y no había preguntas en mi corazón de por qué.
Sentí el amor y la preocupación del Dios misericordioso observándome de pie en aquella habitación, y sentí como si hubiera abandonado a mi Creador. Este sentido de vergüenza y tristeza es lo que recuerdo más vívidamente del sueño, aunque podría dibujar la habitación y el panel tallado. Los recuerdo muy bien.
También recuerdo el vestido pasado de moda que llevaba puesto. A pesar que en el sueño no entraba en ella, recuerdo también cómo se veía la sección de mujeres. Considero este sueño la razón por la que me siento tan fuerte respecto a vestir hiyab, siento que Dios me estaba preparando para las cosas que iba a necesitar hacer una década después.
Hubo otros sueños, visiones fugaces de cosas como barbas Sunnah, que no tenían sentido en ese momento. Fue una década más tarde, quizás cinco meses antes que me convirtiera, que llegó mi último sueño. No fue tanto un sueño sino más bien una visión espontánea.
Acababa de terminar una conversación telefónica con un conocido musulmán, en la que él había bromeado acerca de convertirme. Estaba convencida de que mientras respetaba el Islam, no creía en él, y luchaba mucho para mantenerme en esta negación. Tenía tanto miedo que no quería reconocer quién era ya. Pero Dios tenía una idea distinta.
Un instante después que terminé la llamada, me tumbé en la cama, cerré mis ojos e instantáneamente me elevé a otro nivel. Ante mí había una mujer de pie cubierta de negro de la cabeza a los pies, y llevaba en su rostro lo que me pareció una máscara ninja: un velo que cubría la mitad inferior de su cara, pero que estaba conectado a la parte superior por una franja delgada que le recorría la nariz entre sus ojos.
Quedé fascinada y aterrada por ella. Me acerqué a mirar, y en ese momento me di cuenta de que era yo detrás del velo, y que me estaba mirando a mí misma con un “te lo dije” en los ojos, como si estuviera viendo a un espejo.
Retrocedí horrorizada, salté fuera de la cama y tiré mi teléfono por el piso. Estaba aterrada, estaba estupefacta, y una partecita dentro de mí sabía que esto era el comienzo del fin de todo aquello con lo que me sentía cómoda. Sabía que había tenido una visión de mi futuro.
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