Anne Collins, excristiana, Estados Unidos
Descripción: Después de una larga travesía, una protestante devota, Anne Collins, halla el Islam y el perdón de Dios.
- Por Anne Collins
- Publicado 26 Jan 2015
- Última modificación 26 Jan 2015
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Fui criada en una familia cristiana religiosa. En esa época, los estadounidenses eran más religiosos que ahora, por ejemplo, la mayoría de las familias asistía a la iglesia todos los domingos. Mis padres estaban comprometidos con la comunidad de la iglesia. A menudo teníamos ministros (clérigos protestantes) en casa. Mi madre enseñaba en la escuela dominical y yo le ayudaba.
Debo haber sido más religiosa que otros niños, pero no me acuerdo de ello. Para un cumpleaños, mi tía me dio una Biblia y mi hermana una muñeca. En otra ocasión, les pedí a mis padres un libro de oraciones, y lo leí a diario durante muchos años.
Cuando estaba en la escuela secundaria (educación media) asistí a un programa de estudios bíblicos durante dos años. Para ese momento, había leído algunas partes de la Biblia que no entendí muy bien. Esa era mi oportunidad de aprender. Infortunadamente, estudiamos muchos pasajes en el Antiguo y el Nuevo Testamento que yo hallé inexplicables, incluso peculiares. Por ejemplo, la Biblia enseña una idea llamada "pecado original", que significa que todos los seres humanos nacemos en pecado. Yo tenía un hermanito bebé, y sabía que los bebés no tienen pecado. La Biblia tenía historias muy extrañas y perturbadoras acerca del Profeta Abraham y del Profeta David, por ejemplo. Yo no podía entender cómo los profetas podían comportarse de la manera en que la Biblia decía que lo hacían. Había muchas otras cosas que me dejaban perpleja en relación a la Biblia, pero no hacía preguntas. Tenía miedo de preguntar, quería que me conocieran como una "niña buena". Alhamdu lil-lah (gracias a Dios), había un muchacho que no paraba de preguntar.
El asunto más crítico era la noción de la Trinidad. No podía captarla. ¿Cómo es que Dios tiene tres partes, una de las cuales había sido humana? Habiendo estudiado mitología griega y romana en la escuela, la idea de la Trinidad y de los santos, que eran humanos poderosos, se me hacía muy similar a las ideas de los dioses y héroes griegos y romanos, que estaban a cargo de diferentes aspectos de la vida. (¡Astagfirul-lah! [¡Que Dios me perdone!]) El chico que preguntaba hizo muchas preguntas sobre la Trinidad, recibió muchas respuestas, y ninguna lo satisfizo. A mí tampoco. Finalmente, nuestro profesor, un profesor de teología de la Universidad de Michigan, le dijo que rezara pidiendo fe.
Yo recé.
Cuando estaba en preparatoria, en secreto quería ser monja. Me sentía atraía por la idea de ofrecer devociones a horas determinadas cada día, de llevar una vida totalmente dedicada a Dios, y de vestirme de manera que declarara abiertamente mi forma de vida religiosa. Un obstáculo a esa ambición, sin embargo, era que yo no era católica. Vivía en un pueblo del medio oeste donde los católicos eran una minoría poco popular. Por otro lado, mi educación protestante me había inculcado el rechazo por las estatuas religiosas, y una incredulidad saludable a que los santos muertos tuvieran la capacidad de ayudarme.
En la universidad, seguí pensando y orando. Los estudiantes a menudo hablaban y discutían sobre religión, y yo escuché muchas ideas distintas. Como Yusuf Islam (Cat Stevens), estudié las denominadas religiones orientales: budismo, confucianismo e hinduismo. No hallé ayuda en ello.
Conocí a un musulmán de Libia que me contó un poco acerca del Islam y del Sagrado Corán. Me dijo que el Islam es la forma más actualizada y moderna de la religión revelada. Debido a que yo pensaba en África y Oriente Medio como lugares atrasados, no podía ver al Islam como moderno. Mi familia llevó a este hermano libio al servicio de la iglesia en navidad. El servicio fue impresionantemente hermoso, pero al final, él preguntó: "¿Quién diseñó este ritual? ¿Quién te enseñó cuándo levantarte, cuándo inclinarte y cuándo arrodillarte? ¿Quién te enseñó a orar?" Le conté acerca de la historia de los inicios de la iglesia, pero su pregunta al comienzo me hizo enojar y luego me puso a pensar.
¿La gente que diseñó el ritual del servicio de adoración realmente estaba calificada para tal fin? ¿Cómo podían saber ellos la forma en que debía realizarse la adoración? ¿Tuvieron acaso instrucción divina?
Yo sabía que no creía en muchas de las enseñanzas del cristianismo, pero seguía asistiendo a la iglesia. Cuando la congregación recitaba partes que yo creía que eran blasfemas, como el Credo de Nicea, permanecía en silencio, no las recitaba. Me sentía como una extraña en la iglesia, casi una invasora.
¡Horror! Una amiga muy cercana, que tenía problemas maritales graves, fue con un pastor de nuestra iglesia a pedirle consejo. Aprovechándose de su momento de dolor y baja autoestima, él la llevó a un motel y la sedujo.
Hasta este punto, no había reflexionado en profundidad acerca del papel del clero en la vida cristiana. Entonces, tuve que hacerlo. La mayoría de los cristianos creen que el perdón viene a través del servicio de la "Sagrada Comunión", y que dicho servicio debe ser realizado por un sacerdote o ministro ordenado. Sin ministro no hay absolución.
Asistí de nuevo a la iglesia, me senté y miré a los ministros al frente. Ellos no eran mejores que la congregación, algunos incluso eran peores. ¿Cómo podía ser verdad que la intersección de un hombre, de cualquier ser humano, fuera necesaria para lograr la comunión con Dios? ¿Por qué no podía yo tratar con Dios directamente y recibir la absolución directamente de Él?
Poco después de esto, encontré una traducción de los significados del Corán en una librería, la compré y comencé a leerla. La leí por ratos durante ocho años. En ese tiempo, continué investigando otras religiones. Poco a poco me hice más consciente de mis pecados y sentía más temor por ello. ¿Cómo podía yo saber si Dios me perdonaría? Ya no creía que el modelo cristiano, la forma cristiana de ser perdonado, funcionara. Mis pecados me pesaban mucho y no sabía cómo escapar de esa carga. Anhelaba el perdón.
Leí en el Corán:
"Verás que los peores enemigos de los creyentes son los judíos y los idólatras, y los más amistosos son quienes dicen: ‘Somos cristianos’. Esto es porque entre ellos hay sacerdotes y monjes que no se comportan con soberbia. Cuando escuchan lo que le ha sido revelado al Mensajero, ves que sus ojos se inundan de lágrimas porque reconocen la verdad, y entonces dicen: ‘¡Señor nuestro! Creemos, cuéntanos entre quienes dan testimonio [de la verdad del Islam]. ¿Y por qué no íbamos a creer en Dios y en lo que nos ha llegado de la verdad? Esperamos que nuestro Señor nos introduzca [al Paraíso] junto a los justos’". (Corán 5:82-84)
Vi musulmanes rezando en las noticias de la televisión y quise aprender a hacerlo como ellos. Encontré un libro (escrito por un no musulmán) que lo describía y traté de hacerlo por mi cuenta (no sabía nada de la Taharah –purificación ritual– y no recé correctamente). Oré a mi propia forma extraña y desesperada, en secreto y sola, durante varios años. Memoricé algunas partes del Corán en inglés, sin saber que los musulmanes memorizan el Corán en árabe.
Finalmente, después de ocho años leyendo el Corán, encontré este versículo:
"Hoy les he perfeccionado su forma de adoración, he completado Mi gracia sobre ustedes y he dispuesto que el Islam sea su religión". (Corán 5:3)
Lloré de alegría, porque sabía que atrás en el tiempo, antes de la creación de la Tierra, Dios había escrito este Corán para mí y para los demás. Dios sabía que Anne Collins, en Cheektowaga, Nueva York, Estados Unidos, leería este versículo del Corán en mayo de 1986, y sería salva.
Ahora sabía que había un montón de cosas que tenía que aprender, por ejemplo, cómo hacer correctamente la oración musulmana. El problema era que yo no conocía a ningún musulmán. Los musulmanes son mucho más visibles en los Estados Unidos hoy en día que en esa época. Yo no sabía dónde hallarlos. Encontré el teléfono de la Sociedad Islámica en el directorio telefónico y lo marqué, pero cuando un hombre me respondió, sentí pánico y colgué. ¿Qué iba a decirle? ¿Cómo me respondería? ¿Tendría él alguna sospecha? ¿Por qué me querrían ellos, si ya se tenían unos a otros y a su Islam?
En los dos meses siguientes, llamé varias veces a la mezquita, y cada vez sentía miedo y colgaba. Finalmente, un hermano muy paciente en la mezquita me llamó, y comenzó a enviarme folletos acerca del Islam. Le dije que quería ser musulmana, pero me dijo: "Espera hasta que estés segura". Me molestó que me dijera que esperara, pero sabía que tenía razón, que yo debía estar segura porque, una vez aceptara el Islam, nada volvería a ser igual nunca más.
Me obsesioné con el Islam. Pensaba en ello día y noche. Muchas veces me dirigí hacia la mezquita (en ese momento estaba en una vieja casa reformada) y le di vueltas muchas veces, preguntándome cómo sería por dentro, esperando ver a un musulmán. Por fin, un día a comienzos de noviembre de 1986, mientras trabajaba en la cocina, supe de repente que yo ya era musulmana. Manteniéndome en mi cobardía, envié una carta a la mezquita donde decía: "Creo en Al‑lah (Dios), el Único Dios Verdadero, creo que Muhammad fue Su Mensajero, y quiero ser contada entre los testigos".
El hermano me llamó al día siguiente y dije mi Shahadah[1] por teléfono. Él me dijo entonces que Dios me había perdonado todos mis pecados hasta ese momento, y que estaba pura como un recién nacido.
Sentí que la carga de mis pecados cayó de mis hombros, y lloré de alegría. Dormí poco esa noche, llorando y repitiendo el nombre de Dios.
Se me había concedido el perdón. ¡Alhamdu lil-lah!
Pie de página:
[1] La declaración que hace una persona cuando acepta el Islam (y después de eso, muchas veces cada día): "Atestiguo que no hay divinidad excepto Dios, y atestiguo que Muhammad (Dios lo bendiga) fue un Mensajero de Dios.
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