El Profeta y el alcohólico
Descripción: El Profeta Muhammad no marginó a los miembros pecadores de la sociedad, y esto facilita a los pecadores el superar sus errores.
- Por Sheikh Abd al-Wahhab al-Turayri (islamtoday.net)[editado por IslamReligion.com]
- Publicado 24 Jul 2017
- Última modificación 24 Jul 2017
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Había un hombre llamado Abdal‑lah que amaba tanto a Dios y a Su Mensajero, que el Profeta (la paz y las bendiciones de Dios sean con él) lo confirmó diciendo sobre él: "Sin duda, él ama a Dios y a Su mensajero"[1].
Este hombre llamado Abdal‑lah amó tanto al Profeta que solía disfrutar regalándole cuanta delicia llegaba a Medina, de modo que siempre que una caravana mercante llegaba a Medina con algo, como mantequilla o miel, él tomaba un poco para regalarle al Profeta. Luego, cuando el vendedor exigía el pago, Abdal‑lah lo llevaba ante el Profeta y le decía: "Págale a este hombre". El Profeta le decía: "¿Acaso no me lo regalaste?". Abdal‑lah le respondía: "Sí, ¡Oh, Mensajero de Dios!, pero no tengo cómo pagarlo".
Los dos se reían y el Profeta le pagaba al mercader.
Este era el tipo de relación jovial y cercana que tenían Abdal‑lah y el Profeta.
Queda por decir que Abdal‑lah era alcohólico. A menudo se emborrachaba tanto que andaba tambaleándose por las calles de Medina, y lo llevaban en esa condición ante el Profeta para ser sentenciado por embriaguez pública, y siempre el Profeta prescribía que se le aplicara el castigo establecido. Esto ocurría a menudo.
Una vez que Abdal‑lah fue soltado luego de aplicársele uno de estos frecuentes castigos, uno de los compañeros le dijo con desdén: "¡Que Dios lo maldiga! ¡Cuántas veces ha sido castigado por esto!".
El Profeta reprendió al compañero diciéndole: "No lo maldigas, porque juro por Dios que él ama a Dios y a Su mensajero"[2]. Y luego agregó: "No ayudes a Satanás en contra de tu hermano".
Podemos aprender mucho de la actitud del Profeta.
Debemos reflexionar primero sobre la estrecha y afectiva relación que este compañero disfrutaba con el Profeta, a pesar de su vergonzosa contravención. Aunque el Profeta era quien era, eso no le impidió relacionarse con Abdal‑lah de manera familiar, siendo su amigo y bromeando con él.
Esto nos muestra que, en la sociedad visualizada por el Profeta, la gente no estaba segregada entre piadosos y pecadores, con interacciones sociales excluidas entre los dos grupos. En lugar de ello, era una sociedad unificada e incluyente, donde todos se encontraban en diversos niveles de piedad. Algunos estaban a la vanguardia de la justicia, otros eran moderadamente piadosos, mientras que otros eran propensos a caer en el pecado. Sin embargo, nadie vivía alejado de la sociedad ni se evitaba a nadie. Todos seguían siendo parte de la sociedad.
Esta inclusión significaba que cuando algunos miembros de la sociedad cometían errores, los efectos de dichos errores eran limitados y de corta duración. Ninguno era marginado, así que no había posibilidad de que el pecado creciera en la sociedad. Cuando alguien cometía un error, no se acababa el apoyo que le brindaban los demás en la sociedad, quienes estaban más que dispuestos a echarle una mano y ponerlo de nuevo en el buen camino.
Otra lección de la conducta del Profeta nos muestra la importancia de mantener una perspectiva positiva. A pesar del hecho de que Abdal‑lah frecuentemente era llevado ante el Profeta por embriaguez pública, el Profeta llamó la atención de todos sobre una cualidad positiva de Abdal‑lah: que amaba a Dios y a Su Mensajero. Sin embargo, cuando pensamos en esa cualidad en particular, vemos que no era única de Abdal‑lah, sino que se trataba de una cualidad que tienen en común todos los creyentes. A pesar de eso, el Profeta prefirió alabar a Abdal‑lah por esta razón; al hacerlo, pudo cultivar, alentar y fortalecer esta cualidad en todos. También les recordó que, si alguien resbala, la fe y el amor por Dios de esa persona siguen intactos.
Podemos imaginar cómo Abdal‑lah debe haberse sentido cuando supo lo que el Profeta dijo sobre él. De seguro sintió un gran honor de que el Mensajero de Dios hablara así de él. Eso sirvió para ayudarlo a abandonar su mal hábito, y le dio esperanzas al confirmarle que su ser esencial no estaba echado a perder por sus errores.
Era la forma del Profeta de señalar las buenas cualidades de quienes pecaban y caían en el error. A veces nos olvidamos de esto y tratamos los pecados como barreras impenetrables para el bien futuro. A una persona que comete una obra vergonzosa no se le permite olvidarla, sino que a menudo se le recuerda su pecado. Tenemos que darnos cuenta de que eso solo ayuda a Satanás a dominar al pecador y llevarlo de nuevo al pecado. El enfoque del Profeta, en cambio, inspira virtud. Cuando le recordaron las frecuentes borracheras de Abdal‑lah, él les recordó a los compañeros el gran amor de esa persona por Dios y Su Mensajero.
Finalmente, Abdal‑lah había hecho algo que ciertamente estaba mal, no cabe duda de que Abdal‑lah cometió un pecado. Consumir intoxicantes es un pecado mayor, y el Profeta maldijo los intoxicantes. Sin embargo, después de que el Profeta había ejecutado la sentencia prescrita sobre Abdal‑lah por su embriaguez pública, no buscó nada más en su contra. Él veía cualquier reprimenda adicional como una ayuda a Satanás en contra del hombre. En lugar de eso, volvió la atención de todo el mundo hacia sus méritos, que compensaban sus defectos.
Esta historia debe guiarnos a reflexionar acerca de nuestra propia condición, cuando consideramos cuán duros somos a veces en nuestros desacuerdos con otras personas cuyas transgresiones son mucho menos graves o ciertas que las de Abdal‑lah. A veces, es simplemente nuestra opinión que alguien ha hecho algo malo, y en realidad el asunto está abierto a otros puntos de vista, pero no vacilamos en arremeter contra nuestros oponentes con todo nuestro arsenal verbal. Esto está muy lejos del ejemplo que estableció el Profeta, quien al enfrentar a una persona que cometía un pecado evidente, encontró razones para hablar bien de esa persona, a pesar de sus defectos.
La conducta del Profeta con Abdal‑lah es un ejemplo excelente para nosotros, lleno de lecciones valiosas con respecto no solo a cómo debemos tratarnos entre nosotros, sino cómo la sociedad puede fomentar vínculos sociales fuertes, sanos y consolidados, que puedan servir para disuadir a las personas de caer en pecado.
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