Las señales de Dios están por todas partes (parte 2 de 2)
Descripción: Dios puede ser reconocido al reflexionar sobre Su creación. La segunda parte discute las señales de la creación del universo y del hombre mismo. Cualquier cosa que la humanidad ha logrado no está libre de problemas y defectos. Y el descubrimiento del Creador de la creación es la experiencia más regocijante.
- Por propheticguidance.co.uk
- Publicado 01 Mar 2016
- Última modificación 01 Mar 2016
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Pero no debemos olvidar que hay otra cara de esto. La naturaleza que nos rodea contribuye a la pureza y la belleza del mundo, a pesar de lo que hemos hecho con ella. Tenemos mucho petróleo refinado y hemos hecho muchas máquinas de hierro, pero también hemos llenado la tierra y los mares con corrupción. Hemos convertido el mundo en un campo de humo, ruido, polución, vandalismo y guerra. Hemos llevado estas cosas a tal extremo que muy a menudo parece no haber solución para los problemas que la humanidad ha creado a nuestro alrededor. Muy poco se ha logrado en nuestras fábricas y, de hecho, en todo el campo de la tecnología. El mundo que nos rodea logra mucho más que lo que la humanidad hace. No hay problemas creados por la obra de la naturaleza, mientras que el trabajo del ser humano está siempre plagado de problemas.
La Tierra gira sin cesar en dos sentidos, sobre su propio eje y en su órbita, pero no crea ningún ruido en el proceso. Un árbol trabaja del mismo modo que una gran fábrica, pero no emite humo. A diario, un sinnúmero de criaturas muere en el mar, pero no contamina el agua. El universo ha estado funcionando de acuerdo con el orden divino durante miles de millones de años sin haber tenido que ser reorganizado, pues todo en la forma que está organizado es perfecto. Hay incontables estrellas y planetas moviéndose por el espacio, que mantienen su velocidad y nunca se quedan rezagados ni exceden su ritmo. Todos estos milagros son de primer orden son, de lejos, más maravillosos que cualquier cosa creada por el ser humano y ocurren a cada instante en este mundo nuestro. ¿Qué otra prueba podemos necesitar de que el poder de un Gran Dios está detrás de este mundo?
Cuando nos fijamos en las distintas formas de vida, atestiguamos un espectáculo sorprendente. Ciertos objetos materiales se unen en un solo cuerpo y se convierte en una criatura como un pez que nada en el agua, o un pájaro que vuela en los cielos. De la gran cantidad de criaturas que abundan en la Tierra, la de mayor interés para nosotros es el ser humano. De un modo que es un misterio para nosotros, este está moldeado en una forma bien proporcionada. Los huesos dentro de él toman la forma significativa del esqueleto que es cubierto con carne y sellado con una capa de piel, de la que brotan cabellos y uñas. Con la sangre corriendo por los canales dentro de este marco, la suma de todo esto da como resultado a un ser humano que camina, sostiene cosas en sus manos, oye, huele, saborea, tiene una mente que recuerda cosas, acumula información, la analiza y la expresa en el habla y en la escritura.
La formación de un ser tan sorprendente a partir de material inerte es más que un milagro. Las partículas de las que está compuesto el ser humano son las mismas que componen la tierra y la piedra, pero ¿acaso alguna vez hemos escuchado a un poco de tierra hablar o hemos visto a una piedra caminar por ahí? La palabra milagroso es apenas suficiente para describir las capacidades del ser humano, pero ¿qué más hay para este caminar, hablar, pensar, sentir, que lo distinga de la tierra y la piedra? Este factor es la vida.
El ser humano solo tiene que pensar en la naturaleza de su propio ser para entender la naturaleza de Dios. El ser, el ego en los humanos, tiene una individualidad propia que es muy distinta a la de los demás seres de su propia especie que viven en esta Tierra. El ego del ser humano está absolutamente seguro de su propia existencia, es la parte del ser humano que piensa, siente, forma opiniones, tienen intenciones y las pone en práctica. También decide por sí mismo qué curso de acción tomar. Por lo tanto, todo ser humano es una personalidad separada con una voluntad y un poder propios. Creer en Dios es similar a creer en uno mismo ya que está sujeto a un proceso mental similar. Para explicar esto más a fondo, Allah dice en el Corán que el ser humano es en sí mismo una amplia evidencia para sí; de la misma manera, uno solo tiene que mirar su propia sorprendente creación para afirmar la existencia de Dios.
La gente exige alguna prueba milagrosa antes de creer en la verdad de Dios y Su mensaje. Pero ¿qué mayor prueba requieren cuando tienen el milagro del universo entero que ha estado funcionando perfectamente durante millones de años en la más vasta de las escalas? Si el incrédulo no está preparado para aceptar semejante milagro tan grandioso, ¿cómo va a despejar sus dudas viendo milagros más pequeños? En verdad, el ser humano ha sido dotado con todo lo que necesita para que pueda creer en Dios y luego ponerse a Su servicio. Si a pesar de esto él no cree en Dios y no reconoce el poder y la perfección de Dios, entonces es él mismo y nadie más quien tiene la culpa.
Quien ha encontrado a Dios ha encontrado todo. Después de descubrir a Dios, ya no queda ningún descubrimiento por hacer. Por lo tanto, cuando una persona ha descubierto a Dios toda su atención se enfoca en Él. Dios se convierte para él en una fortuna que atesora, y a partir de entonces es a Él a quien recurre para todas sus necesidades materiales y espirituales.
Supongamos que alguien se come una manzana, pero no detecta en ella ningún sabor ni recibe de ella ningún nutriente. Podría decirse que no se ha comido ninguna manzana, solo algo que parece una manzana. Lo mismo puede decirse sobre darse cuenta de la existencia de Dios. Alguien que realmente ha descubierto a Dios saboreará felizmente la esencia de esa experiencia; pero cualquiera que afirme haber descubierto a Dios sin esa sensación de euforia, sin duda no ha hecho tal descubrimiento, solo ha descubierto algo que erróneamente cree que es Dios, como quien se come una manzana falsa y no obtiene de ella ninguna satisfacción.
El mundo de Dios es una colección de átomos. En su forma elemental, todo consiste del mismo tipo de material inerte; pero Dios ha moldeado esta materia en una incontable diversidad de formas: luz, calor, vegetación y agua. Él también ha investido a la materia inerte con las propiedades de color, sabor y olor; y por todas partes Él ha puesto las cosas en movimiento, controlándolo cuidadosamente por medio de la gravedad. Descubrir al Dios que ha creado tal mundo es mucho más que adquirir un credo seco, significa llenarse el corazón y el alma con el brillo radiante de la luz divina y abrir la mente propia a la belleza y delicadeza increíbles.
Cuando comemos frutas deliciosas, esto nos da una gran sensación de disfrute. Cuando un niño hermoso nace de una pareja, su alegría no conoce límites. Entonces, ¿qué hay de nuestra experiencia de Dios, que es la fuente de toda belleza, alegría y virtud? ¿Puede uno mantenerse impasible al descubrirlo a Él? Esto es algo difícil de imaginar, pues una experiencia tan sublime ciertamente deja su marca en uno.
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